Cuando Antonio Gómez se desplomó en un tatami de Cáceres el 22 de mayo de 2011, sus compañeros karatekas no podían imaginarse todo lo que este extremeño experimentó en los interminables siete minutos que duró la reanimación que le salvó de morir de un infarto fulminante. “No recuerdo nada del masaje cardiaco ni del momento en el que me desplomé.