“Hombre y mujer no son más que significantes enteramente ligados al uso corriente del lenguaje”, Jaques Lacan.
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Para controlar mejor: divide y etiqueta. Vuelve y juega: el capitalismo salvaje se arma de los discursos de género y orientación sexual para preservarse. Por ejemplo, basta con ir al supermercado para comprobarlo: ver la separación de alimentos para niños y niñas o mujeres y hombres, aunque sus componentes sean los mismos. Aunque no necesariamente esta división tenga ese fin conspiratorio, porque hay que reconocer que entran en juego factores de gustos y estéticas; sí habría que comprobar hasta qué punto hace parte de la voluntad propia la necesidad de adquirir objetos o productos que no son necesarios para vivir; sino parte de un gusto sugestionado por la publicidad.